lunes, abril 13, 2009



Regrese Sr. Erice



Habiendo una exceso de películas malas y de cineastas sin mucho talento o rigor, me duele, o me molesta, que un director como Víctor Erice, no esté haciendo más películas. Sí, ya lo se, cuando uno conversa con gente familiar con el trabajo de este cineasta aparecen varias razones sobre su ausencia, algunas más o menos convincentes que las otras. En realidad pueden haber muchas justificaciones adicionales, pero eso no es el punto. El punto está en que me gustaría poder ver más personas y cosas filmadas por él.


Por casualidad veía el otro día "El sol del membrillo" y no he podido quitarme de encima las imágenes del pintor capturando la naturaleza, las imágenes de la ciudad, del cambio de una estación a otra, del transcurso del tiempo. Creo que este documental es capaz de sobrecoger por que se toma lo que sea necesario para registrar a quienes tiene que registrar, sin apuros se vincula de manera muy afectuosa o cordial, casi familiar, con su protagonista o quienes le rodean, y adopta la simpleza - de puesta en escena- como bandera de lucha. Una simpleza externa que me imagino deben de haber sido horas y horas de filmación, de cosas no planeadas, de paciencia, de invación de un espacio o de la vida de los personajes que habitan la película. Algo que quizás no se condice, finalmente, con la espontaneidad, la soltura, la coherencia natural que respira el filme, una vez que fue terminado. Erice es brillante en ese sentido, y hace ver el proceso de estar ahí, presente, de ser testigo de algo -pero con una cámara- más sencillo que fumarse un Marlboro, cuando no lo es en absoluto. Tal como el cineasta le dedica tres cuartos del filme al meticuloso proceso de hacer un cuadro -una experiencia llena de técnicas- su proceso de hacer la película es igual de exigente que el cuadro mismo, porque estamos hablando de un registro. De eso se encarga de hablar la película casi como declaración de principios, cuando ya está en sus últimos minutos. Todo eso me asombra como oficio, como método de trabajo, como reflexión sobre el cine.





Pero, por sobre todas estas asociaciones, lo que más me importa o me llega al corazón, es el resultado, es la película en sí misma, lo disfrutable que es, las escenas que están ahí, para siempre - o por un buen rato- sobre un pintor en su ambiente de trabajo, en su estudio, al aire libre, haciendo una pintura sobre un membrillo, que en ciertas horas y bajo ciertas circunstancias, recibe una luz muy especial. El filme es eso. En este contexto se mueve constantemente. Aunque esto no obsta que Erice nos lleve de la mano - casi sin abandonar el patio de la casa- por temas tan amplios como la modernidad, la presencia de la ciudad y su transformación, o incluso la amistad. En medio de un ambiente extremadamente grato que es este jardín-estudio-refugio, ubicado dentro de una casona en el corazón de Madrid, lentamente se escucha la presencia de la ciudad, el pasar de los autos, muy pausadamente vemos que ciertas cosas al rededor están cambiando o adquiriendo su propia impronta. Así mismo, con esa entera tranquilidad que impregna la película, llega al estudio un amigo del pintor, con el que se producen varias de las conversaciones más hermosas que he visto en la historia del cine. Dos amigos que charlan sobre los años de la universidad, sobre ciertas influencias artísticas, sobre el trabajo. En fin, es un trabajo prolijo e iluminador, que me gustaría que tuviera muchas partes, que avanzara capturando diariamente otros parajes, otros oficios, otras estaciones, en esa misma cadencia, y con ese mismo espíritu.

miércoles, abril 08, 2009





"Treeless Mountain" y So Yong Kim


El mejor trabajo que ví en el ND/NF es “Treeless Mountain”, de la coreano-estadounidense So Yong Kim. Desde el primer cuadro del filme la directora revela una madurez narrativa que la coloca desde ya en el grupo de los nuevos cineastas contemporáneos que emergen con algo que decir y, más importante, una mirada. En realidad, puede prestarse para un equívoco colocarla dentro de la etiqueta de “nuevos cineastas” –que técnicamente le corresponde a alguien que ha hecho un par de películas- porque su cine pareciera el de alguien que ha acumulado mucha experiencia a la hora de decidir su puesta en escena y dirigir a sus actores.

Con anterioridad nos habíamos deslumbrado con su primera cinta, “In Between Days”, la historia de dos amigos estudiantes que deambulaban por las calles de Toronto. Esa película era un retrato de los actos fallidos e incompletos que formaban parte de la vida de sus adolescentes protagonistas, de lo efímero de muchas de las emociones que rondaban sus cabezas, de la complejidad y crueldad del modo en que expresaban sus afectos. De esta etapa de transición y cambios profundos, la cineasta ahora pasa a la descripción de un estado previo y se coloca a observar la niñez. También se cambia de país, y vuelve a su tierra natal, Corea del Sur.

“Treeless Mountain” parte como un melodrama infantil, sin embargo, esta receta –que fácilmente se puede prestar para actos de dudosa sensiblería - rápidamente se torna en un trabajo que se despoja de las obviedades del género y abraza con mucha libertad otros caminos, de modo que hay un punto en el que prácticamente nos olvidamos casi por completo de la premisa.




Dos hermanas, una de 6 y la otra de 3, aproximadamente, se enfrentan un día al anuncio de su madre de que debe partir en busca de su padre, del que vagamente se entiende que las abandonó. En el intertanto se tendrán que quedar al cuidado de su tía. La madre les promete regresar pronto, pero esa vuelta se empieza lentamente a alargar. La trama como tal se esboza en los primeros minutos. También queda claro que para So Yong Kim no es tan importante ahondar en tantos giros dramáticos, sino que observar, a fuego lento, el comportamiento de sus pequeñas protagonistas. Y este acercamiento es afectuoso, incluso divertido, pese a las hostilidades que constantemente rodean a sus personajes. Por afectuoso no me refiero a esa eterna representación cinematográfica de la vida infantil, que constantemente nos recuerda que estamos presenciando algo tierno. Me acordé mucho de “El Pequeño Fugitivo”, de Morris Engel, no sólo por el realismo, sino en el sentido de armar la historia desde su pequeño protagonista, y estar atento a los genuinos momentos que son parte de su mundo, como la astucia, el instinto de sobrevivencia y la rapidez con que opera el aprendizaje.

El trabajo de realización, como en todos los buenos filmes, está planteado de tal modo que es muy difícil disociar el aspecto formal con el lado más emocional. Utilizando grandes elipsis de tiempo, sin entregar mucha información sobre las cosas que suceden al rededor de los personajes y – afortunadamente- sin sobreexplicaciones, se va elaborando un espacio que permite ir entendiendo los distintos efectos de la ausencia.