Ballast y Lance Hammer
"Ballast" es una película que posee una fuerza, un espíritu golpeador y opresivo, tan perturbador como el estado emocional o el lugar en que se encuentran sus personajes.
En ese ambiente realista, magistralmente conseguido en un lánguido Mississipi, se mueve esta cinta.
El filme básicamente sigue a un hombre que está profundamente afectado por el suicidio de su hermano. Simultáneamente algunos de sus vecinos están pasando por apremios de diferente tipo, entonces, de algún modo, estos pocos personajes se acompañan e intentan recuperarse.
Ese camino es rocoso, con manifestaciones de cariño y negaciones de los afectos.
Explicar este trabajo -dirigido por el talentoso Lance Hammer y con un elenco de actores no profesionales, en base a su simple premisa- es algo que no necesariamente nos lleva a entenderlo de buenas a primeras.
Lo que no está en la historia, está en sus personajes que avanzan por la vida como si anduvieran perdidos, en busca de un lugar donde encontrar puerto.
Durante esos pasajes, vamos escudriñando un poco en ellos, vamos descubriendo quienes son y hacia donde quieren virar rumbo. Es así como el director consigue hablar sutilmente de la marginalidad, de la violencia, de las diferencias raciales y del abandono.
Hay varias ocasiones en que quizás esta atmósfera seca se hace extrema y uno se pregunta si la causa de tanto sufrimiento es algo externo, sin justificación, como un castigo que ni siquiera los personajes conocen, y que aparece ahí, desde quién sabe dónde. Este exceso de aridez que se respira en el ambiente queda como una referencia a algo más, o algo forzado, y ambiguo que quizás merma la potencialidad del filme. Puede que sus razones estén en que se trata de una opera prima, donde (en casos como éste) se ponen a prueba buenas ideas, buen gusto, y también muchas referencias, pero que no están en la justa medida.
Obviando esos excesos, que se hacen repetitivos , y unos cuantos momentos donde aparecen las insufribles revelaciones de secretos, es indudable que estamos frente al nacimiento de un buen director dentro del cine estadounidense, o de al menos alquien con intensiones serias de explorar el modo en que se desarrollan ciertas relaciones.
Hammer es un tipo que tiene un acercamiento a la puesta en escena que recuerda a ratos al inspirado Terrence Malick de “Badlands” o “Days of Heaven” – en lo que es la poética que trasuntan sus planos- pero esa belleza tiene un lado crudo, una conexión con la realidad que lo emparenta más con filmes como “Rosetta” o incluso “The Life of Jesus”. Además aparece como alguien al que le importa mucho el trabajo sonoro, que se da tiempo para construir y mezclar un audio ambiental – del Delta del Mississipi- que avanza como un personaje más.
“Ballast” fue claramente la mejor película de Sundance del 2008.
Los balances de CantetUna de las grandes habilidades de Laurent Cantet como cineasta es su olfato para capturar el modo en que se van construyendo los comportamientos y relaciones de poder. El poder más que nada ejercido en pequeña escala, en relaciones básicas de trabajo, en una familia, o en el caso de su última película, “Entre les murs” (o “The Class”), en una sala de clases. Todo el filme transcurre en una escuela secundaria parisina, a la que asisten estudiantes de diversos orígenes étnicos y nacionalidades. Durante un año, o menos, vemos el modo en que se va desarrollando una maratónica y agridulce relación entre el maestro y su clase. La película podría ser vista como una mirada en miniatura de la Francia moderna, de su cultura e identidad en el siglo 21. Sin embargo, creo que su esencia es más amplia y está orientada al tema de los egos y los comportamientos de cada uno de los individuos que habitan el colegio.
La maestría con que Cantet reveló, en “Ressources humaines,” las distintas fuerzas de poder que existen en una fábrica está presente en su nuevo filme, pero ahora entra en territorios donde esas prácticas funcionan de un modo casi imperceptible. “Ressources humaines” trataba sobre las variadas formas en que se manifesta el poder que ejerce un sindicato, los dueños de la fábrica, las personas de recursos humanos y los trabajadores. En “Entre les murs” no es tan evidente ese mecanismo. Estamos en presencia de un juego de poder más emocional y menos asumido que se manifiesta, por un lado, en el tejido que debe construir el profesor para hacerse respetar, enseñar su materia y motivar a sus pupilos, y por otro lado, en los distintos mecanismos que crean los estudiantes –en la más profunda y radical adolescencia- para que la relación sea lo más distante posible cuando el maestro o la materia les genera rechazo. Del filme de Cantet se desprende claramente que esa tensión, ese tira y afloja, puede ser un verdadero infierno.En un estilo narrativo muy realista –conseguido gracias a un convincente elenco de actores aficionados y a una puesta en escena que brilla por su austeridad - este director francés opta por una observación casi clínica de sus personajes que genera un aplastante efecto expansivo. Esta posición coloca a todos los que participan en el filme en un mismo lugar ante el espectador. Es desde esa vitrina como vemos, sin filtros, al maestro y al alumno en los aciertos y desaciertos, en los días buenos y en los días malos, a los profesores que a veces son capaces de solidarizar con un colega, y otras veces son implacables a la hora de imponer sus distintas visiones de lo que es la enseñanza. Ambas caras de la moneda aparecen también entre el alumnado, donde hay momentos de camaradería, de risas o lealtades, y al mismo tiempo odios u hostilidades que afloran en los momentos más impensados.Es importante señalar que aquí no estamos en presencia del estereotipo de profesor tirano, de profesor inspirador o de los alumnos sublevados. En “Entre les murs”, el protagonista–profesor consigue de algún modo ganarse el interés de la mayoría de la clase porque es persistente, franco, tiene humor y es capaz de integrar métodos o pedagogías más originales. El filme además transcurre en una escuela bastante democrática en sus procedimientos, donde los alumnos tienen participación en las reuniones de los profesores y todo se habla de un modo bastante directo. La gran tragedia en la película es la constatación de que pese a esa cercanía que se puede llegar a alcanzar entre unos y otros, siempre habrá una brecha, un espacio que tiene que ver con los roles que cumple cada uno. En la apuesta de Cantet se explora a fondo y con madurez la idea de que cada persona siempre tiene una justificación o sus propias razones para actuar, y eso tarde o temprano va a tener repercusión en el resto, para bien o para mal.
Entrevista con Susan MeiselasHace unos días que comenzó en el International Center of Photography de Manhattan una retrospectiva de la gran fotógrafa estadounidense Susan Meiselas. Coincidentemente con esta muestra, se reestrenó en la ciudad el documental "Pictures From A Revolution", un magnífico filme realizado por esta artista, donde regresa a Nicaragua, años después de haber tomado las fotos de la revolución sandinista que la hicieron célebre en todo el mundo. Además en el New York Film Festival se estrenó el documental "The Windmill Movie", un trabajo muy logrado -dirigido por Alexander Olch y producido por la propia Meiselas- que en un modo muy personal intenta finalizar una película familar que el cineasta Richard "Dick" Rogers dejó inconclusa cuando falleció. Rogers fue por muchos años la pareja de Meiselas y por supuesto ella aparece en muchas partes del filme. Esperemos que "The Windmill Movie" se pueda ver pronto en las salas.Esta es una entrevista con Susan, a propósito de "Pictures From A Revolution", que hice en Toma 1 de NY1 Noticias.Entrevista Meiselas Toma 1
El gran Jean-Pierre Melville
Jean-Pierre Melville es un cineasta cuyo trabajo se pude explorar constantemente, de modo que se van desenredando pequeños aspectos de su puesta en escena y la moral que subyace en ella. Desde que prácticamente buena parte de su filmografía está disponible en DVD, es imposible no ver varias veces “Le Samouraï” o “L´Armée des ombres”. “Le Deuxième soufflé” era un filme suyo que tenía pendiente, y que hace poco pude finalmente revisar. Es una película que quizás no es tan completa o abarcadora como los trabajos que recién mencioné, pero que mantiene esa mirada melvilleana de extender los límites de las historias clásicas de policías, de detectives, de ladrones o del hampa. No hay nadie que haya llevado ese género a los niveles tan únicos que Melville depuró. En la década de los cincuentas y sesentas, eso sí, se hicieron en Francia varios filmes que contribuyeron a ampliar esas posibilidades. En esa lista están sin duda alguna las formidables “Touche pas aus grisbi”, “Casque D´or” (ambas del gran Jacques Becker, qué buena película es además “Le Trou”!) y “Classe tous risques” (de otro monstruo, Claude Sautet). Melville aportó además “Les Doulos” y, por supuesto “Bob Le Flambeur”. Mi favorita es “Le Samouraï”. “Le Deuxième soufflé”, la película que le precedió, tiene un excesivo apego y acercamiento a la trama convencional, una historia sobre un hombre que habiendo escapado de la cárcel decide dar un gran golpe antes de retirarse, aunque se encuentra en el camino con un meticuloso detective. En el filme importan demasiado las vueltas de tuerca y sorpresas, algo que no se balancea con lo que realmente se trata la película: la ambivalencia moral de aquellos que están en uno u otro lado de la ley. Además hay múltiples personajes importantes en la historia, que a veces distraen de lo que le sucede al protagonista (un siempre carismático Lino Ventura).
En “Le Samouraï”, al contrario, Melville casi todo el tiempo sigue u observa al solitario personaje de Alain Delon, de manera metódica. Su rutina, sus movimientos, sus pasos. Este punto de vista, casi contemplativo, sumado a una historia sobre un asesinato por encargo y una traición, le dan una dimensión valórica extra, incluso existencialista al relato. Estamos además presenciando una película de acción, donde sabemos que hay violencia y muertes de por medio, pero esos otros atributos tienen un peso que se siente en el aire. ¿Cómo no quedar seducidos por esa secuencia donde Delon conduce el auto al garage –una acción absolutamente inofensiva e irrelevante- o esa interminable y laberíntica persecusión en el Metro? Algunos pasajes de “Le Deuxième soufflé” alcanzan esos momentos melvilleanos cuando vemos al personaje de Ventura subirse y bajarse de los autobuses, para llegar a Marsella, donde tiene que esconderse hasta que perpetre un asalto y cambie de vida (se supone que en este género aunque se quiera cambiar de vida, finalmente nunca se puede). También ocurre en una larga y magnífica secuencia donde se realiza una emboscada en una ruta costera, que concluye en un sanguinario robo. Todo el preámbulo de preparación de sentarse a esperar, de mirar la carretera vacía y serpenteante, va unido a un articulado retrato del actuar de cada uno de los asaltantes durante el atraco. Melville emerge rampante en esas secuencias. También se luce de otro modo – y eso ya tiene que ver con su conocimiento del género y su capacidades formales como cineasta- de mantener una imagen estilizada, con personajes en su mayoría sofisticados y entregar a la vez un abanico de comportamientos que parecen ser el fiel reflejo de una realidad. Aunque el cineasta siempre se encarga de recordarnos que se trata de una película.